miércoles, 6 de marzo de 2013

MARÍA PEINADO PEINADO (Graja de Campalbo, 1913), VECINA DE ADEMUZ (y II).

 Recuerdos –evocaciones y remembranzas-, a propósito 
de su centésimo cumpleaños.


Se quedó viuda con 58 años, 
pero siente que la vida ha sido pródiga con ella: 
He tenido siempre una salud de hierro, he trabajado y vivido mucho y 
doy gracias a Dios por todo lo que me ha dado a vivir...
-Del contenido textual-.

 



Entonces, ¿pasó usted la guerra en Ademuz, o se marchó con su padre...?
  • Como le decía, después de la quema del archivo municipal y del juzgado de Ademuz mi padre ya quiso que nos marchásemos a Santa Cruz, pero los que mandaban en el Ayuntamiento no le dejaban que se fuera. Entonces tuvo que buscar un justificante del oculista que le trataba, pues padecía de la vista, para que le hiciera un informe conforme estaba perdiendo mucha vista y podía quedarse ciego, y poder así dejar su cargo... Pero no lo pudo conseguir hasta el año siguiente. Lo de la vista era cierto, pues mi padre murió ciego... Además, como Modesto y yo ya festeábamos, y él se quería marchar voluntario a la guerra si yo me iba, nos casamos. Eso fue el 24 mayo de 1937... Nos casó el juez y fue por la tarde. Estuvimos los novios, los padres de cada familia y los testigos. Me casé con un traje de calle, color azul oscuro. Mi marido llevaba un traje de caballero de los de entonces... Nos pusimos a vivir en la misma casa de mis padres, porque a los pocos días de casarnos ellos y mis hermanos se marcharon a La Rinconada, una aldea que hay frente a Santa Cruz de Moya, de donde era mi madrastra... Después nos pusimos a vivir con mi suegra, pues mi marido tenía que ir a controlar el trabajo del campo y yo me quedaba sola. Entonces, si no trabajabas la tierra te la requisaban y se la quedaba la Colectividad que montaron aquí... Pero a los pocos meses de casarnos –esto sería ya en vísperas de Navidad, pues yo ya estaba embarazada de la hija mayor- vinieron los del Comité y dijeron que tenía que marcharse a la guerra, y se lo llevaron junto con otros de aquí: el telefonista, Alfonso el marido de Pura, el hermano del tío Luis, el Morro de Casas Altas, mi marido... -unos seis o siete en total-. Claro, mi marido y todos los que se llevaron eran de derechas... Porque cuando la República sucedió que hubo algo de movida contra la Guardia Civil por parte de la gente más exaltada del pueblo, y mi marido y otros se pusieron de parte de los guardias, para protegerlos. Eso le señaló y pudo tener que ver con el hecho de mandarles para el frente, cuando ya estaban fuera de su quinta... Se lo llevaron y cuando la toma de Teruel por los rojos, estuvo cavando trincheras con nieve hasta las rodillas. Aquello fue muy duro para él, pues nunca había trabajado en el campo, toda su vida estudiando... –cuando empezó la guerra había terminado tercero de medicina en Valencia-. Por eso me decía: ¡María, en cuanto termine la carrera nos casamos! Pero la guerra lo truncó todo... Bueno, antes de llevarse a mi marido, le hacían ir con frecuencia al Comité, allí le pedían dinero, pero él decía que su madre no tenía dinero, y era la verdad. Entonces ellos le amenazaban: ¡Pues si no tienes dinero, nos llevaremos una finca! -él se marchaba cabizbajo, pero al poco volvían a llamarle-. Por eso le decía a mi suegra: Madre, yo no puedo aguantar esto, ¡o me caso o me voy a la guerra!
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La señora María Peinado Peinado (Graja de Campalbo-Cuenca, 1913),
durante la entrevista (2013).


Sigue diciendo:
  • Sobre lo que me preguntaba... Pues cuando se llevaron a mi marido me quedé sola con mi suegra, y embarazada. Por eso fue de venir mi padre y llevarme con él a La Rinconada... Muchas veces me he arrepentido de haberme casado estando en guerra, aquello fue un error. Si hubiera tenido madre no me hubiera dejado casarme, pero... Bueno, en La Rinconada estuvimos muy bien, aquello era muy tranquilo, mi madrastra descendía de allí y tenía casa y algunas fincas de huerta, y pusieron animales de corral, gallinas, conejos y eso... El pan nos lo bajábamos de Campalbo, que queda por encima de Santa Cruz. Cuando me llegó la hora de parir me atendió don Justo, el médico de Santa Cruz, que después resulto ser tío de mi yerno... De aquel parto nació María Rosa, mi primera hija; esto fue en abril de 1938... Cuando nació, mi marido estaba en la guerra; y cuando regresó, la niña ya andaba... Recuerdo que mi padre fue a Valencia por entonces y se trajo a Santa Cruz una caja de botes de leche condensada para la niña, que me vino muy bien para sacarla adelante... Sí, después tuve otro hijo, al que llamamos Evelio, pero murió antes de cumplir los tres añitos: esto ya en noviembre de 1941... El niño llevaba mucho desarrollo, se criaba muy bien y era como su padre, con el pelo rizado... El día de Todos los Santos yo compré unos pasteles en la tienda de Juanito. Al tal Juanito lo fusilaron después de la guerra, pues parece que estuvo implicado en la muerte de don Blas, el sacerdote de aquí... –yo no lo vi, pero así se dijo-. Juanito fue marido de Isabel, hija de la tía Mercedes la Sastra... Como le decía, compré en la pastelería de Juanito unos pasteles, para después de comer... Nos comimos los pasteles muy a gusto, pero no sé si le sentaría mal a Evelio, el caso fue que tuvo un ataque de meningitis y murió... Mi marido estuvo muy afectado con la muerte del niño; todos lo estuvimos, pero él le tenía mucha pasión... Fíjese si han pasado años desde entonces, pero continuamente le llevo en el pensamiento: ¡Evelio, hijo mío, siempre estoy contigo! –eso le digo todos los días-. Después tuvimos otra hija, Ana, que nació en 1944... Ana se casó con Jesús Blasco –se refiere a Jesús Blasco Sánchez (Casas Bajas, 1946)-, sobrino de don Justo –se refiere a don Justo Blasco Alamán-, el médico de Santa Cruz que me atendió en el parto de María Rosa en La Rinconada... Siendo moza, María Rosa se marchó a trabajar a Inglaterra y allí conoció a un chico italiano, con el que se casó y tuvieron dos hijas: Almudena y Antonieta...

Se nombra aquí a un tal Juanito, “marido de Isabel, hija de la tía Mercedes la Sastra...”. Entre los vecinos de Ademuz fusilados después de la guerra figura un individuo de nombre Juan Dolz Dolz, nombrado en la Causa General de Valencia, ramo de Ademuz. Según parece, el tal Juanito era hermano de Salvador Dolz Dolz, concejal del primer Ayuntamiento o Comisión Gestora de Ademuz durante la Revolución Social Española de 1936, de filiación anarquista (CNT).[1]

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La señora María Peinado Peinado, con su hija Ana Camañas Peinado (Ademuz, 1944),
durante la entrevista (2013).


¿Qué fue de su marido durante la Guerra Civil, por dónde estuvo?
  • Ya le digo, primero estuvo cavando trincheras en la zona de Teruel; esto cuando la toma de la capital por los rojos, con nieve hasta la rodilla; después estuvo por el Norte, y le daban mala vida... Es por ello que estando en la zona de Avilés decidió pasarse con los nacionales, junto con otros de aquí... Pero en el momento de pasarse, los demás se rajaron y lo dejaron solo –él les llamaba, pero los otros debieron arrepentirse, porque no contestaron-. Contaba que estuvo varios días escondido en una cueva, sin agua, comiendo sólo almendras. Cuando ya no pudo más, salió a beber a un río o fuente que había, y fue cuando lo apresaron los nacionales... Les contó su historia, pero no le valió, lo llevaron detenido, pensando que era un espía de los rojos... No le dejaron ni volver a la cueva donde había dejado su mochila, la ropa de civil que se había comprado y demás cosas que llevara. Detenido, lo llevaron a León y estuvo encerrado en la catedral de San Marcos. Contaba que por la noche no podía dormir, pues en mitad de la noche venían con una linterna buscando a gente y se los llevaban para fusilarlos. Cuando los nombraban, algunos se caían redondos... Claro, sabían lo que les esperaba; además, estaban mal alimentados. Estando allí conoció a un cura que había al cargo de los presos, y le rogó le proporcionase lo necesario para escribir una carta a Zaragoza. Sí, quería escribir a un sacerdote que conocía, muy amigo de mis suegros, para que intercediera por él ante las autoridades nacionales y lo dejaran salir, pero el cura de León se lo negó: el hombre tuvo poca caridad... Y allí estuvo pasando penalidades hasta que terminó la guerra y lo soltaron... A Ademuz vino a primeros de abril de 1939, después de pasar por Valencia, donde unos familiares le dieron ropa limpia y calzado, pues llegó casi descalzo... Cuando llegó aquí, me dijo: No puedo seguir estudiando, María, he perdido la memoria... –y dejó los estudios-. En la guerra perdió la salud y ya nunca volvió a ser el que había sido... Murió el 7 de febrero de 1971, a los 64 años. Rincón de Arellano me escribió dándome el pésame, pues había sido su médico y se enteró de su fallecimiento.
Se nombra aquí al doctor don Adolfo Rincón de Arellano García (1910-2006) médico cardiólogo y político, que fue Alcalde de Valencia (1958-1969). Recapitulando sobre lo testimoniado, resulta de interés el comentario de la entrevistada, cuando dice que a su marido, el señor Modesto Camañas Zaragoza (1907-1971), se lo llevaron a la guerra junto con otros de Ademuz, todos ellos gente de derechas... Por la fecha en que lo enrolaron, antes de Navidad de 1937, bien pudo participar en la batalla de Teruel, “cavando trincheras y con nieve hasta la cintura” durante la ofensiva republicana sobre Teruel; después estuvo por el norte, siendo en Avilés donde le capturaron los nacionales, al intentar pasarse a su bando. Por su fecha de nacimiento, el señor Modesto pertenecía a la quinta del 27 –se entraba en quintas al cumplir los 20 años-. 

Asimismo, se halla documentada en la comarca la incorporación a filas de gente mayor -a los que denominaron “de la quinta del saco”-: Francisco Luz Yuste (1894-1986), natural de Sesga (Ademuz), de la quinta del 14; Justo León Sánchez (1899-1978), natural de Vallanca, de la quinta del 19;[2] Alfredo Sánchez Esparza (1905-1983), natural de Torrebaja, de la quinta del 25.[3] También está documentada la incorporación a filas de personas jóvenes: Miguel-Higinio Simón Roque (1918-1938) y José Rodríguez Sánchez (1918-1938), ambos naturales de Puebla de San Miguel, de la quinta del 38, también llamada “del biberón” o "del chupete", por su juventud.[4]

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El señor Modesto Camañas Zaragoza (1907-1971), izquierda,
con don Joaquín-Tomás Teruel Eslava (derecha), 
que fue cronista y médico de Ademuz (Valencia) durante muchos años.


¿Recuerda alguna otra anécdota o historia de la Guerra Civil?
  • Claro, le podría contar y no parar... Recuerdo a mi cuñada Enriqueta, una hermana de mi marido... Se casó con un boticario de Chelva, José Domingo, que tenía oficina de farmacia en Terriente, un pueblo de la sierra de Teruel... El hombre era muy de izquierdas, creo que comunista, y le dio muy mala vida a mi cuñada. Claro, se produjo un choque entre ambas familias, pues la nuestra era de derecha y la de él de izquierdas, muy roja... Después de la guerra al farmacéutico lo metieron en la cárcel, porque estando en Terriente se enteró de una farmacia en Algemesí que se había quedado sin boticario, pues lo mataron... El caso es que se aposentó de aquella farmacia como si fuera de él, por eso fue de encerrarlo cuando terminó la guerra, porque lo denunciarían... En la familia de mi marido no querían al boticario y lo criticaban, porque le daba mala vida a la hija. Pero ella no hacía más que defenderlo, porque le quería... Fíjese como sería el hombre que tuvo un hijo en la guerra y, ¿sabe qué nombre le puso?, pues “Revolución”: era un extremista... Mi suegra no lo podía ver, pero cada vez que su hija iba a visitarlo a la Cárcel Modelo de Valencia, le llenaba dos maletas de panes, además de cosa del cerdo y lo que podía... Porque mi cuñada se quedó sin nada y con el marido en la cárcel... El hijo mayor, al que pusieron "Revolución", murió durante la guerra. Después tuvieron dos hijos más: Enrique y Pepe... –uno se hizo veterinario y el otro maestro, esto gracias a la ayuda de mi marido y sus hermanos; porque ya le digo que se quedaron sin nada. Claro, todo salió de la casa de mi suegra, la señora Mª Rosa... José Domingo estuvo después en Alpuente, donde falleció.

Y continua:
  • También recuerdo que al comienzo de la guerra hubo escondidos en casa de mi suegra unos frailes del convento de Garaballa... Sí, estuvieron aquí escondidos y una noche de luna, un cuñado mío, hermano de mi marido, que estaba casado con una señora de Landete, los encaminó hacia Teruel, para que se pasaran con los nacionales... Nadie supo que estaban aquí, y ya le digo. Una noche, vestidos con ropa de paisanos, se marcharon... –esto fue al comienzo de la guerra, cuando comenzaron a perseguir y matar a los curas-.
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La señora María Peinado Peinado, durante la entrevista (2013).


Señora María, ¿cómo fue el fin de la Guerra Civil, qué pasó en Ademuz?
  • Pues aquí hubo mucho padecimiento, algunas personas sufrieron mucho, y fusilaron a varios que se habían destacado cuando la guerra... El fin de la guerra nos cogió en La Rinconada, entonces mi suegra mandó una nota para que regresara a Ademuz: Hija, vuelve a Ademuz, aquí esperaremos a tu marido y a mi hijo... –y eso hice, me subí a Ademuz con mi hija María Rosa, a casa de mi suegra-. A nosotros no nos faltó de comer, pero también trabajamos lo nuestro... El dinero no nos valió, dijeron que lleváramos el dinero que teníamos, que nos devolverían los billetes buenos, pero no nos devolvieron nada... Gracias a mi abuelo de Campalbo que nos dio algún dinero a mi hermana Eloisa y a mí, con eso sobrevivimos... Porque mi suegra, con todo lo que había tenido, y su casa tan grande, se quedó arruinada. Tuvo que vender unos huertos que tenía en la Rambla de la Virgen para pagar la contribución de ese año... Claro, tenga en cuenta que le habían requisado muchas cosas, faltaba la cosecha y el dinero no valía... Hasta la siguiente cosecha de manzanas lo pasamos mal: había que esperar a coger la fruta y venderla, y que la pagaran... Fueron años muy malos... Yo nunca había amasado, pues allá donde iba mi padre comprábamos el pan y todo, pero tuve que aprender todas las faenas. Porque entonces no había panaderías como ahora... Aprendí muchas cosas, sin madre que me enseñara... A los tres hijos les di el pecho, la pequeña hasta los tres años, ya llevaba dientes. Ella se lo quitó cuando quiso, cuando ya comía de todo.

Y concluye diciendo:
  • Gracias a Dios, en nuestra casa no pasamos hambre, ni nos ha faltado nunca ropa de cama ni de abrigo... Matábamos dos cerdos y para aumentar las carnes aún compraba yo algo de magro para el embutido... Pero también he conocido casos de mucha miseria en Ademuz Recuerdo una mujer que venía a pedirme unas cucharadas de grasa para guisar: ¿No le parece a usted poca pena que alguien pidiera para comer lo que otros tirábamos? Había otra que su marido se iba a labrar al monte sin nada para comer, y mi suegra le daba un tazón con morcillas de harina para que comiera algo.

Y ya para terminar, ¿cómo se encuentra usted a los cien años, cómo ve la vida actual en relación con la de su infancia y primera juventud?
  • Me encuentro perfectamente, he tenido siempre una salud de hierro, he trabajado y vivido mucho y doy gracias a Dios por todo lo que me ha dado a vivir... Sólo tomo una pastilla para la tensión, pero como de todo y todo me sienta bien, aunque poca cantidad, porque no hago ejercicio. Duermo siete horas diarias, me acuesto a las diez de la noche y me levanto tarde, aunque me despierto temprano. Me despierto de madrugada y me tomo un yogur que me deja mi hija en la mesita, después me acuesto otra vez y allí estoy, recordando mi vida, pensando en mis cosas, rezando... No sé por qué será, por la guerra o por otras circunstancias, pero pienso que la gente de hoy no es tan buena como la de antes; hoy no se cree ni en el vecino... La gente colabora menos, no hay tanta confianza y solidaridad como antaño, en que las familias se ayudaban... Lo que le contaba antes de mi cuñada, la que se casó con el farmacéutico. Después de la guerra se quedaron sin nada y los hermanos de ella dieron carrera a sus hijos, a cargo de la hacienda común... –hoy no sé si alguien lo haría-. La vida ha cambiado mucho desde entonces, yo no sé qué habrá pasado pero los tiempos actuales nos hace ser malos y ocuparnos sólo de lo nuestro, samparamí y samparayó... –eso es lo que predomina hoy, y así vamos al caos-. No, no soy optimista, porque ya me dirá usted si esto que está sucediendo tiene buen arreglo... Antes había un tipo de esclavitud, con mucha gente pobre; pero ahora hay otra y somos esclavos de cuatro mandatarios que gobiernan el mundo en su beneficio y a su antojo. Ahora nos esclavizan creándonos necesidades y con impuestos... –esto no traerá nada bueno, nada bueno...-. Si se arregla será dentro de muchos años; todo por culpa de los avariciosos... Antes la gente vivía más en contacto con la naturaleza y tenía más humildad; hoy domina el dinero, pero el dinero no se come.
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La señora María Peinado Peinado, con su hija Ana Camañas Peinado,
durante la entrevista (2013).


Palabras finales.
La entrevista duró una hora y media larga, pero se nos pasó volando... A ello contribuyó la confianza que se generó entre nosotros, y el suave calorcito de la estufa que caldeaba la habitación... La señora María hablaba pausadamente, con la certeza propia de la persona que tiene experiencia: su rostro, la mirada, el tono de su voz y sus gestos evidenciaban seguridad y determinación. En la entrevista estuvo presente la hija de la interrogada –señora Ana Camañas- y el esposo de ésta –señor Jesús Blasco-, que también participaron en la conversación, anotando algún detalle a la charla. Durante la plática tomamos té con un trozo de pastel casero.

La memoria y agilidad mental de la señora María resultan prodigiosas, podría decirse que posee más lucidez que otros a los cuarenta años; además de estar bien informada de lo que sucede en España y en el mundo, pues le gusta ver la televisión, los noticiarios y programas de actualidad.

Ciertamente, su vida ha sido larga, y cien años dan para mucho gozar y mucho sufrir... Nació en un pueblito de Cuenca próximo a la aldea de Manzaneruela, en el entorno de Landete y Talayuelas. Se quedó huérfana de madre siendo niña y la criaron sus abuelos paternos de grata memoria, junto con su hermana y una prima: el abuelo las llamaba su mariposas negras, porque vestían de luto. Casó con un mozo de Ademuz, localidad donde su padre era secretario del Ayuntamiento. Vivió la guerra en Ademuz y La Rinconada, aldea de Santa Cruz -de donde era la segunda mujer de su padre-: allí nació su primera hija, María Rosa. Cuando el marido regresó de la guerra la niña ya andaba... Tuvo dos hijos más, Evelio, que murió siendo un niño y Ana, la hija con la que actualmente vive en Ademuz. Se quedó viuda con 58 años, pero siente que la vida ha sido pródiga con ella: He tenido siempre una salud de hierro, he trabajado y vivido mucho y doy gracias a Dios por todo lo que me ha dado a vivir... Da su existencia por cumplida y bien empleada, tiene dos hijas y seis nietos: dos chicas de su hija mayor –Almudena y Antonieta- y cuatro chicos de la pequeña: Jesús, Raúl, Carlos y Luis.

En suma: a punto de cumplir los cien años, con la cabeza despejada, pudiendo valerse por sí misma y teniendo cerca personas que la quieren y la cuidan, ¿qué más puede pedirse en esta vida? ¡Felicidades por su centenario, señora María, y muchas gracias por atender mi solicitud, pues ha sido un placer conocerla y escucharla! Vale.




[1] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo (2011). Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. IV, pp. 38, 171, 178, 201, 203, 207, 208, 213, 235-238.
[2] SÁNCHEZ GARZÓN (2009), vol. III, p. 124 y 159.
[3] SÁNCHEZ GARZÓN (2008), vol. II, p. 173.
[4] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Iconografía y epigrafía funeraria en el cementerio de Puebla de San Miguel, en el sitio web Desde el Rincón de Ademuz, del sábado 22 de enero de 2012.

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